Hace 90 años, en Rusia, moría tras una larga enfermedad el principal líder de la revolución Bolchevique, Vladimir Ilich Lenin. Su deceso no sólo fue un golpe concreto a la dirección efectiva de la primera revolución socialista, sino que también abrió las puertas al ascenso del poder burocrático en el Estado y el partido. Poco tiempo antes, y previendo esa posibilidad, escribía el 4 de enero de 1923: “Stalin es demasiado brusco, y este defecto, plenamente tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros los comunistas, se hace intolerable en el cargo de Secretario General. Por eso propongo a los camaradas que piensen la forma de pasar a Stalin a otro puesto y de nombrar para este cargo a otro hombre que se diferencie del camarada Stalin en todos los demás aspectos sólo por una ventaja, a saber: que sea más tolerante, más leal, más correcto y más atento con los camaradas, menos caprichoso, etc. Esta circunstancia puede parecer una fútil pequeñez. Pero yo creo que, desde el punto de vista de prevenir la escisión y desde el punto de vista de lo que he escrito antes acerca de las relaciones entre Stalin y Trotski, no es una pequeñez, o se trata de una pequeñez que puede adquirir importancia decisiva”. El texto completo, llamado luego “Testamento de Lenin” fue ocultado por Stalin sin divulgarlo en el partido. Así fue ganando peso, separando opositores, persiguiendo a Trotski, su principal adversario y abriendo una nueva etapa al interior de la URSS. La ausencia de Lenin fue utilizada para el peor de los objetivos: la degeneración burocrática del estado obrero naciente.
Lenin enfrentó previo a su muerte, a los opositores de Trotski que sacaban a la luz, su pasado no bolchevique. Pese a diferir en algunos planteos, Lenin lo reivindicaba como su mejor compañero de batalla de esos días y quien conducía el Ejército Rojo contra los ejércitos capitalistas que asediaban a Rusia. Es verdad que, a inicios del siglo veinte, Lenin y Trotski tuvieron duros debates y posiciones distintas dentro de la llamada socialdemocracia rusa. Eran los apasionados debates de los revolucionarios en el exilio. Pero no es menos verdad que la revolución rusa los encontró juntos en las posiciones políticas y en las decisiones prácticas. Al morir Lenin, el aislamiento y la persecución cayeron sobre Trotski.
Dieciséis años después, un 20 de agosto de 1940, en México, donde Trotski había llegado exiliado, en un acto brutal y luego de ser perseguido por varios países, el stalinismo lograba su objetivo; Mercader, un agente pago de Stalin, le clavó un pico en la cabeza al viejo León. Agonizante, Trotski fue trasladado a un hospital. Allí, rodeado de su compañera de vida, Natalia y de su círculo íntimo de colaboradores, diría entre sus últimas palabras sobre Mercader: “no lo maten, es preciso obligarlo a hablar”. Incluso en ese instante buscó ayudar a que el mundo supiera la verdad de lo que pasaba y de sus responsables políticos. Finalmente muere cuando ya el 21 de agosto había comenzado. El siglo XX perdía una de las mentes más lúcidas del movimiento revolucionario.
Con su asesinato, Stalin cerraba el círculo de muerte que pesaba sobre los contemporáneos de Lenin, quienes uno a uno cayeron a manos de su régimen de terror. Se cuentan por miles los deportados a Siberia, los encarcelados, los fusilados tras juicios montados con sentencias preparadas de antemano por el buró del Partido Comunista de la URSS. También hubo renegados y quienes pedían perdón al Kremlin buscando así evitar la muerte segura. Incluso muchos de éstos, al final también fueron asesinados. En el afán de borrar la historia una muerte se iba tapando con otra, al final sólo quedaba Stalin con sus más cercanos colaboradores y una nueva generación ajena a la revolución de octubre empoderándose del gobierno y el partido, apoyados en el retroceso objetivo de la fuerza de movilización del pueblo ruso y en varias derrotas del movimiento revolucionario en China y Europa. En ese contexto se afianzó dentro de la URSS el poder burocrático y en otros países avanzaba el fascismo, el nuevo flagelo que por entonces aparecía a los ojos de millones.
Dialéctica de acuerdos y diferencias
Desde jóvenes, estos dos gigantes del movimiento revolucionario entrecruzaron sus vidas. Tras la revolución de 1905 y la represión posterior fueron perseguidos y terminaron en el exilio. Allí se dieron los principales debates sobre cómo seguir organizando el movimiento. Lenin, el gran estratega ya desde años antes delineaba la necesidad de un partido revolucionario que pudiera enfrentar todos los poderes, como lo expresó en su escrito “Que hacer” en 1902. La revolución de 1905 no hizo más que afianzar esa idea, se necesitaba un partido democrático y a la vez aguerrido y disciplinado, fue su principal aporte de esos años. Trotski creía en eso en parte, ya que aún no estaba convencido de la necesidad de ese tipo de partido; a su vez teorizaba sobre la necesidad de la revolución y comenzaba a edificar uno de sus principales aportes teóricos: la revolución es permanente y las tareas democráticas no se detendrán allí ni serán llevadas adelante por la burguesía, será la clase obrera quien juegue un importante rol.
Pasados los años siguientes de debates apasionados, acuerdos y diferencias, la revolución de 1917 llegó para confirmar el principal aporte de cada uno: el zar cayó en febrero pero la revolución no se detuvo; la clase obrera y los campesinos fueron protagonistas; y se llegó a Octubre y a la primera revolución socialista porque hubo un partido como el que Lenin había diseñado. Allí se unieron esos dos gigantes dejando atrás viejas polémicas y construyendo alrededor de los cuatro primeros Congresos de la III Internacional que habían fundado, una estrategia común para intentar extender el proceso revolucionario.
Volver a Lenin
La caída de la ex Urss en los noventa trajo nuevos debates y desde finales del siglo XX hasta hoy recolocó otros. Por unos años se intentó ligar el desastre stalinista a la teoría leninista. También se alentaron teorías contra la organización política y la disputa por el poder. Una y otra concepción las creemos equivocadas.
La primera, porque el leninismo está en las antípodas del stalinismo, que no es otra cosa que una degeneración reaccionaria y antileninista. Las muertes, persecuciones, el régimen burocrático y de contenido proburgués de Stalin no puede compararse en nada con los orígenes del leninismo y los primeros años de la revolución Rusa. Lógicamente, la confusión se hizo décadas después con nuevas generaciones que se encontraron sufriendo a la burocracia comunista de la Urss, con las estatuas de Lenin detrás. Como también es lógico que el poder capitalista haya alentado por conveniencia esa confusión. Pero los revolucionarios tenemos que sacar a la luz la verdad; despejar el manto de falsedades para volver al Lenin real, a la esencia de su legado. El que hoy necesitamos sin dogmas pero también con urgencia.
La segunda concepción equivocada surgió como subproducto de la debacle de la ex URSS y, aunque reflejaba una nueva respuesta desde sectores de la intelectualidad y el movimiento social que buscaba otro camino emancipador, por sus argumentos fue utilizada no casualmente por la intelectualidad burguesa, que le dio amplia difusión. Fue el auge noventista de las teorías autonomistas, que apoyándose en lógicos y sanos reclamos democráticos dentro del campo de la izquierda; detrás de un discurso anti burocrático sentó equivocadamente las bases del abandono por la disputa del poder. Así frente al debate sobre el leninismo, referentes de ese espacio decían: ““Entonces, ¿qué hacer? Hay que olvidarse de la idea del partido revolucionario como la forma de organización de la revolución. Dicha forma contradice el contenido de la revolución, y por tanto, de la emancipación humana porque sólo las propias masas dependientes pueden lograr su emancipación. La noción de la forma del Estado como un instrumento de la revolución tiene que desaparecer. La idea de la toma del poder a favor de las masas dependientes debe ponerse en evidencia tal cual es: la negación de la autonomía social como fuerza productiva de la revolución” (Bonefeld, Werner y Tischler Visquerra, Sergio).
Estas equivocadas bases teóricas, alentadas en nuestro país por diversas corrientes, entre otros por el hoy fragmentado Frente Popular Darío Santillán, fueron incapaces de lograr en ningún lugar del mundo el cambio social que pretendía, precisamente porque abandona la esencia de la disputa por el poder y la construcción de organizaciones leninistas y sin eso, más allá de las intenciones, sólo se conduce a nuevas frustraciones. Incluso el intelectual Ernesto Laclau, en uno de sus últimos trabajos escribió: “la autonomía, librada así misma, conduce más tarde o más temprano, al agotamiento y la dispersión de los movimientos de protesta”. También se intentó evitar la disputa por el poder con la suma de “lograr poder popular”, como si así se pudiera algún día, poco a poco, llegar a cambiar la sociedad. Cuando la misma solo puede transformarse una vez arrancado el poder a los capitalistas y ahí sí, iniciar un nuevo proceso social. La crisis capitalista que se venía incubando y que irrumpió con fuerza a fines de 2007, tiró por los aires tanto la relativa fortaleza capitalista como las teorías que desde el campo de la izquierda pretendieron negar la historia y la lucha de clases, con su elemento central de disputa por el poder y de organización política. La realidad trajo de nuevo el Lenin original a nuestros días, el estratega y arquitecto de organizaciones revolucionarias que disputan en serio contra un poder que no se va a ir sin que lo saquen por la fuerza de las mayorías. Y ese leninismo es anti burocrático si se lo ensaya en su esencia y no en el fetiche del que fue objeto. Por eso valorando a los movimientos sociales, tenemos que conjugar esa fuerza fortaleciendo la construcción política revolucionaria.
Estrategia, política y táctica: un debate con el trotskismo sectario
Hay en el mundo y en nuestro país corrientes que se reivindican marxistas, leninistas y otras trotskistas. Y cada cual expone sus postulados según su propia interpretación. En nuestro caso, reivindicamos el marxismo, el leninismo y el trotskismo, no como estamentos inconexos sino como continuidad histórica. No se puede entender el mundo sin el marxismo, porque hubo en estos últimos 150 años muchos cambios en la realidad aunque los mismos no cuestionen la esencia de su interpretación científica. Ni se puede tampoco volver al mejor Lenin sin pasar por Trotski. Hay corrientes que lo hacen; reivindican algo de Lenin y de otros dirigentes como Gramsci, Mariátegui o el Che –lo cual no está mal- pero evitan y niegan a Trotski, con una incomprensión profunda o -en algunos casos- un sesgo inconfeso de neo-stalinismo. Eso es un análisis no marxista, porque sólo partiendo de la realidad se puede tener un método correcto; y negar a Trotski y su rol en la revolución rusa y en la historia revolucionaria contemporánea, solo puede hacerse por un interés político equivocado o por desconocimiento del siglo XX. En uno u otro caso no sirve como análisis histórico y menos en función de sacar conclusiones políticas y teóricas para interpretar nuestros días. Hoy, el gobierno, las patronales y los medios de comunicación no pueden ocultar el peso del trotskismo en las luchas sociales y en la vida política. Hasta Macri le acaba de ofrecer a la CGT ayuda para frenar a los “troskos”. Triste es ver que corrientes de izquierda aún quieran seguir tapando esa figura e ignorando sus enseñanzas.
Para quienes reivindicamos el hilo histórico que va de Marx hacia estos dos gigantes que dio el bolchevismo, hay también interpretaciones diversas de su legado. Y entre aquellos, a quienes denominamos “trotskismo sectario” predomina una interpretación dogmática y fetichista que no condice con la esencia viva y dinámica del movimiento marxista. Agregándole a esto una confusión entre principios y estrategia, política y tácticas que anulan la pelea por lograr influencia de masas desde la izquierda. Saco a la luz ejemplos prácticos, de debates concretos con fuerzas como el PO y el PTS, integrantes del Frente de Izquierda de Argentina.
Por un lado, estas fuerzas argumentan a diario que sería equivocado construir un gran frente o movimiento político con fuerzas de izquierda de otras tradiciones o con sectores provenientes del peronismo de izquierda, o desprendimientos de sectores centristas o que vienen del nacionalismo popular. Según ellos hacer esto, sería una capitulación. Lo mismo opinan en el plano sindical donde también niegan acuerdos con otras fuerzas. Sucede que no ha sido así la estrategia revolucionaria de Lenin ni de Trotski, quienes nunca confundieron los principios y la estrategia que rigen el programa general, con la política y las tácticas que son lo más flexibles e instrumental. Contra quienes niegan por ejemplo la posibilidad de acuerdos más amplios, basta recordar que en un viejo debate con quienes negaban cualquier tipo de acuerdos con otros partidos Lenin les decía: “Es sorprendente que, con semejantes ideas, esos izquierdistas no condenen categóricamente el bolchevismo. No es posible que los izquierdistas alemanes ignoren que toda la historia del bolchevismo, antes y después de la Revolución de Octubre, está llena de casos de maniobra, de acuerdos, de compromisos con otros partidos, ¡sin exceptuar los partidos burgueses!…hay que aprovechar igualmente las menores posibilidades de obtener un aliado de masas, aunque sea temporal, vacilante, inestable, poco seguro, condicional. El que no comprenda esto no comprende ni una palabra de marxismo ni de socialismo científico contemporáneo en general”.
Y Trotski, debatiendo sobre la necesidad de tejer acuerdos con direcciones reformistas que ayuden a la movilización y a ganar políticamente a más sectores para ampliar la influencia de la izquierda revolucionaria decía: “Los reformistas temen al potente espíritu revolucionario de las masas; su arena más preciada es la tribuna parlamentaria; las oficinas de los sindicatos, las cortes de justicia, las antesalas de los ministerios. Por el contrario, lo que a nosotros nos interesa, aparte de toda otra consideración, es arrancar a los reformistas de su paraíso y ponerlos al lado nuestro ante las masas. Usando una táctica correcta, solo podemos ganar. El comunista que duda o teme esto, parece aquel nadador que aprobó las tesis sobre el mejor modo de nadar, pero que no quiere arriesgarse a zambullirse…es necesario que las masas en lucha tengan siempre la posibilidad de convencerse de que la imposibilidad de lograr la unidad de acción no se debió a nuestra política irreconciliable sino a la falta de una real voluntad de lucha por parte de los reformistas”.
Así podríamos citar más y más ejemplos, pero no es la intención aburrir con citas, solo hacer notar que estas fuerzas del trotskismo sectario, muchas décadas después de estas experiencias aún no comprenden lo vital que es tener diversas tácticas y políticas, de acuerdo a la situación concreta y siempre sin perder la independencia política y la construcción propia. Pero el negar diversos tipos de acuerdos políticos o sindicales con otras corrientes no marxistas o no trotskistas, es la negación de la historia viva del marxismo, el leninismo y el trotskismo y en los hechos una capitulación a la burguesía y sus partidos. Porque esa negativa se traduce en no pelear por la influencia de masas y el poder para la izquierda, ya que para hacerlo son necesarias diversas tácticas, acuerdos, construcción de grandes frentes y disputa en su interior. Negar esto es negar la posibilidad de ser opción de poder.
También pasa, como ahora, que fuerzas no trotskistas como pueden ser Unidad Popular o Patria Grande, tampoco impulsan un proceso de unidad amplia y de izquierda. Estos sectores son también responsables de la falta de un gran movimiento político común, que es la tarea política más importante que entre todos podríamos encarar jugándonos a disputar en serio y ser artífices de una construcción de miles. Mas esta realidad no niega que, en el Frente de Izquierda, haya una incomprensión total de la necesidad de tender puentes que ayuden a llegar a nuevas franjas de masas. Y sin esto, no hay futuro de disputa del poder para la izquierda. Ojalá en el tiempo que viene estas fuerzas reflexionen al respecto y se abran a este debate para lograr una unidad política y electoral a mediano y largo plazo.
Un proyecto de nueva izquierda, rescata la esencia de esos dos gigantes
El reconocernos como parte de la rica historia del marxismo del siglo XX, ver sus conquistas y sus limitaciones, y tratar de partir hoy de ese legado es un punto básico para intervenir en la realidad del siglo XXI. Sin por esto dejar de estar abiertos a incorporar nuevas elaboraciones, a estudiar la realidad como premisa básica de poder luchar por transformarla. Cuando decimos que hace falta construir un nuevo proyecto de izquierda hablamos de eso, de una izquierda cimentada en los pilares del marxismo y la esencia del bolchevismo, y enriquecida por las experiencias y elaboraciones actuales, en toda su amplia gama política, social y cultural; una izquierda moderna y abierta a convivir con diferencias, que toma lo mejor de la lucha de clases y los movimientos sociales para combinarlos en construcción política.
Quien intente desde la izquierda responder con una estructura cerrada y con dogmas inmodificables chocará de frente contra la realidad. Todos estamos permanentemente interviniendo con aciertos y errores, ensayos y aprendizaje constante; y nadie ha pasado en las últimas décadas la prueba de revoluciones socialistas triunfantes. Eso conlleva una dosis necesaria de estudio serio, crítica, autocrítica y nada de pedantería y autoproclamación. Quien parta de creerse dueño irrefutable de la verdad no parte del método marxista ni tiene tampoco con qué demostrar tanta certeza.
Nuestro esfuerzo desde el MST, por aportar a la construcción de una nueva izquierda está impregnado de optimismo, de experiencia práctica, de elaboración permanente y también del sentido de las proporciones y del aprendizaje continuo. En esta tarea estamos invirtiendo esfuerzo colectivo y sacrificio individual. Como aporte a mantener la continuidad histórica con los gigantes del siglo XX que siguiendo a Marx dieron la vida por la causa de los oprimidos. Hoy, la crisis del capitalismo imperialista coloca nuevos peligros y a la vez grandes oportunidades políticas para los revolucionarios. Es nuestro desafío sacar las mejores conclusiones del pasado y esforzarnos por comprender el presente, para poder pelear, desde la izquierda, por un futuro socialista. Es a este proyecto al que invitamos a sumarse s
Revoluciones Democráticas y lucha independentista; nuevos y viejos debates
Siguiendo el método del marxismo, que no considera nada inalterable, es necesario interpretar las nuevas realidades. Por ejemplo tras la segunda guerra mundial, el fundador de nuestra corriente, Nahuel Moreno, hizo importantes aportes alrededor de los cambios que el surgimiento del fascismo y las dictaduras de décadas siguientes provocaron, aportes que se condensaron hacia inicios de los ochenta. Moreno definió que ante ese flagelo contrarrevolucionario nacía un nuevo tipo de revoluciones democráticas contra los regímenes políticos que sustentan esas dictaduras. La propia Segunda Guerra tuvo un alto componente de este fenómeno y la derrota de la Alemania de Hitler fue el principal triunfo revolucionario de las masas. En décadas siguientes varias dictaduras fueron derribadas por la movilización revolucionaria; eran nuevas revoluciones que tenían su propio programa y tareas aunque eran parte del proceso de la revolución socialista, por su dinámica y por los enemigos de clase que enfrentaba.
Este fue un gran aporte, que al día de hoy corrientes sectarias como el PTS no comprenden. Pasaron casi 70 años de la derrota del fascismo, más de 30 de la caída de la dictadura argentina y este partido sigue sin entender las tareas democráticas y el valor que tienen. Rechazaron el aporte de Moreno en su documento inicial de 1988 y lo siguen rechazando hoy, como manifestó el diputado Christian Castillo hace dos meses en un debate en la Legislatura con Alejandro Bodart. El PTS se aferra a un dogmatismo antimarxista y niega así la realidad de los hechos. Por ejemplo en Argentina, solo una revolución democrática explica que 32 años después las fuerzas armadas del país sigan desprestigiadas ante las masas y sin poder ser -como eran antes- una opción de poder.
Aunque todo proceso es distinto y requiere un nuevo estudio, ese tipo de revoluciones democráticas se siguieron dando estos años en la llamada “primavera árabe”, con caídas de dictaduras por la movilización de masas en el norte de África. La falta de direcciones revolucionarias conlleva que este proceso tenga avances y retrocesos. Más no niega la existencia de esas revoluciones, sólo combina dialécticamente el proceso objetivo con el factor subjetivo, reafirmando que todo proceso puede retroceder sino van surgiendo direcciones revolucionarias. Pero esto no puede llevar a negar que hubo enormes y nuevas revoluciones democráticas, ni que tuvieron un nuevo componente de hartazgo social por la crisis capitalista, expresado en la juventud árabe, movilizada por millones por falta de un futuro y siendo protagonista central. Hoy este proceso de revoluciones está en otro momento más contradictorio e incluso con cierto retroceso, aunque puede resurgir porque no hay soluciones a sus demandas de fondo y así, más temprano que tarde, llevará a esos pueblos a movilizarse por reclamos anticapitalistas. Estos mismos vientos llegaron ahora a Hong Kong, abriendo con la revolución de los paraguas un proceso masivo por demandas democráticas y enfrentando al régimen represivo de China.
Y aunque expresan un fenómeno distinto, también en Cataluña y Escocia hay procesos democráticos e independentistas que apoyamos. Y no casualmente, otra vez el PTS las rechaza. Sobre Escocia en su web internacional, días antes del referéndum escribió a través de Alejandra Ríos que si el NO perdía se debilitaba Inglaterra pero: “concluir de esto, en forma unilateral, que como subproducto se abriría una dinámica favorable a los trabajadores y el pueblo no solo en Escocia sino también en toda Inglaterra, como afirman varios partidarios del “Sí”, es ir demasiado lejos. Esta postura, por otra parte, termina cediendo acríticamente al nacionalismo burgués escocés…Muy por el contrario, la victoria del “Sí”, supondrá a los trabajadores escoceses la continuidad de una agenda neoliberal y ataques, pero desde Edimburgo y no desde Londres”. Es decir que el PTS no se puso del lado de esta enorme y justa demanda democrática del pueblo escocés, que lamentable no pudo vencer en el referéndum.
En resumen, opinamos que no tomar las tareas democráticas como un eje central ni comprender su dinámica, lleva a no ubicarse en medio de una movilización de masas poniendo al partido revolucionario en la primera línea y ordenando la política y las tácticas a esa situación. Los sectarios que niegan tanto las revoluciones como las tareas democráticas le capitulan al régimen en cuestión dejando esas banderas en manos de partidos pequeños burgueses o burgueses. Por eso no es un debate filosófico sino práctico; en las revoluciones democráticas y en las luchas independentistas no tiene una posición revolucionaria quien las desconoce, porque el velo del dogma le impide ver la realidad y darse una política consecuente.